Cada Martes, antes de tomarme el tren para volver a casa, cometo el pecado de mirar un local de accesorios. En una elipsis que dura un par de minutos, la imagen siguiente me enfoca a mi misma, escaneando un código QR para llevarme una tote bag nueva y un par de collares vibrantes con dijes llamativos.
No lo había pensado antes, pero los colores, son un antídoto natural a la oscuridad que nos rodea.
Sin embargo hay ciertas elecciones que no se permiten ser tan espontáneas. Hay algo del permiso social que las frena: personajes aspiracionistas, envueltas en cuerpos tallados por los dioses, sosteniendo relojes de arena que a una le recuerdan que el tiempo pasa y algunas cosas ya no son para vos…
Mientras abordo el tren me enfrento a una cruel realidad: ¿Cómo construir una autoestima sana en un campo minado de demandas, juegos de culpa, consumo y ageismo?
Pienso que no tengo una respuesta concreta para eso, aunque sí una forma de construirla y acercarnos.
Hace unos días atrás, me preparaba para ir a una reunión laboral. El imaginario colectivo cae en la idea de que las marketers lucimos un clean look ejecutivo, pero también están las otras, las que nos parecemos a mi, que tenemos un estilo más creativo y lo manifestamos en outfits máximalistas y de diseño de autor, mega coloridos.
Hay algo en la uniformidad de los colores neutros que me saca de quicio. Quizás los interpreto como una forma de pertenecer a algo que no quiero.
Hace tiempo que decidí dejar de encajar y mantenerme fiel a mi misma, creo que es en esos raptos de coherencia donde se forja la tan anhelada autoestima.
Cada acto insignificante en las decisiones cotidianas se convierte en una forma de recuperar el autorespeto.
En vez de acostarnos en la teoría espiritual del coaching, toca ir a lo terrenal: desde que empieza el día y elegís un vaso de coca y el pucho, dormir un poco más, entrenar o cerrar la puerta del baño para que un día tus hijos te dejen cagar tranquila.
Volviendo a la historia de mi reunión laboral, spoiler alert: no faltaron las inseguridades de mis colegas, proyectadas en comentarios no pedidos. Se ve que mis elecciones de vestimenta les parecieron demasiado… valientes.
Sin embargo, al final del día la cuenta me la llevé yo, porque fui auténtica no solo de principio a fin en mi presentación sino porque me animé a ocupar un espacio desde mi verdad. Desde mis imperfecciones, humanidad y colores.
Aunque me pregunto: ¿por qué tenemos que ser tan valientes para algo tan básico como vestirnos como queremos?.
Tal vez la autoestima baja no sea un problema individual, sino el resultado lógico de un sistema que necesita mujeres inseguras para seguir funcionando.
Por: Jennifer Rios / @unahijadevenus