Por: Jennifer Rios
"Salí con él durante un mes. Todo parecía ir bien hasta que, de un día para el otro, se borró. No solo dejó de escribirme: también dejó de responder mis mensajes, como si yo hubiera dejado de existir", cuenta Marina mientras gira distraídamente su vaso de cerveza.
Sus amigas asienten con esa mezcla de solidaridad y reconocimiento que solo otorgan las experiencias compartidas. Lo que Marina describe tiene nombre propio, aunque ella aún no lo sepa.
El ghosting, o fantasmeo, se ha instalado en el vocabulario afectivo de nuestra época como una práctica tan común como perturbadora. Consiste en la desaparición súbita y silenciosa de una persona que, hasta ese momento, mantenía algún tipo de vínculo romántico o sexual. Sin explicaciones, sin despedidas, sin siquiera el gesto mínimo de una mentira piadosa. Solo el vacío.
Hoy en día, el ghosting tiene una gran conexión con la cultura digital y las apps de citas, dónde algo que siempre existió queda más evidenciado cuando la persona te desmatchea o simplemente te bloquea.
“No entiendo como de irnos a unas mini vacaciones pasamos a este silencio absoluto. Realmente no se que pensar”, exclama Rosana, otra afectada por el mismo modus operandi del destrato, que se repite en la cotidianidad de muchas mujeres.
Pero ¿qué hay detrás de esta práctica que hoy parece tan normal? ¿Por qué ciertos comportamientos de descarte se naturalizan en las relaciones?
La antropóloga y escritora feminista Rita Segato explica en “Contrapedagogías de la crueldad” que “la masculinidad está más disponible para la crueldad porque la socialización y entrenamiento para la vida del sujeto que deberá cargar el fardo de la masculinidad lo obliga a desarrollar una afinidad significativa entre masculinidad y guerra, entre masculinidad y crueldad, entre masculinidad y distanciamiento”.
Esta naturalización de la crueldad masculina tiene un correlato directo en cómo se construye la feminidad. Como continúa Segato: “las mujeres somos empujadas al papel de objeto, disponible y desechable, ya que la organización corporativa de la masculinidad conduce a los hombres a la obediencia incondicional hacia sus pares y encuentra en aquéllas las víctimas a mano para dar paso a la cadena ejemplarizante de mandos y expropiaciones”.
Está lógica del descarte tiene un efecto devastador en quienes la padecen. Marina, cómo tantas otras mujeres, se pregunta que hizo mal. “¿Habré sido muy intensa?” “¿No le habré gustado?” “¿Dije algo malo?”, Repasa cada conversación en su cabeza, cada gesto, buscando la falla que justifique el abandono. Así, aflora la culpa femenina interiorizada para funcionar a la perfección: convierte a las mujeres en responsables de los maltratos que reciben.
A las mujeres se les enseña desde pequeñas a ser comprensivas, a esperar y entender los silencios masculinos. “Seguro está ocupado” “tendrá sus razones” “no quiero parecer una pesada”. Es ese mismo mandato de incondicionalidad el que las mantiene esperando explicaciones que nunca llegan, disculpando lo que no tiene disculpa.
El ghosting no es un misterio a resolver ni una falla personal a corregir. Es una forma de maltrato que se ampara en la falta de consecuencias sociales. Mientras sigamos analizando nuestros “errores” en lugar de señalar estos comportamientos como lo que son, seguiremos siendo funcionales a un sistema que nos quiere disponibles y descartables.